Salimos sorprendidos y con el plano de la ciudad en mano, que nos indicaba las atracciones más buscadas, pero de la Pachamama…nada. Entonces se nos ocurrió ir al mercado San Miguel, si Salta cobra vida en algún lugar, es allí. Ya habíamos pasado por la puerta y notábamos como el ambiente por la celebración tomaba fuerza. Un lugar especial, con pasillos angostos que llevan a un mundo casi desconocido. En todos los puestos, había miniaturas de casas, autos, panes, uvas, pequeñas, bandejas ya armadas con incienso, espigas de trigo y mirra, además de papel picado, serpentina, maíz y coca en hoja. Como si fuera navidad, la gente se amontonaba en busca de su mejor ofrenda. Lo necesario, vital e indispensable para que al día siguiente su agradecimiento y pedido a la Pachamama fuera recibido.Todo esto abrazado por cuanto aroma de especias se les ocurra. Mezcla de pimienta, cúrcuma, canela, curry, clavo de olor, nuez moscada y más pasillos con ofrendas, gente y vendedores de los puestos que, como si fuera poco, ofrecen pócimas de todo tipo. Muchas pero muchas, mujeres eligiendo y riendo, haciéndose cómplice por cada cosa que descubrían y compraban. Algunas hablaban quechua, otras aimara, todo acompañado de muchas risas. En uno de esos locales, nos acercamos a ver que nos dictaba la tradición comprar. Se nos ocurrió en el medio del griterío preguntarle a una chica joven: Mañana dónde podemos ir a presenciar la ceremonia? De golpe, el ruido ceso, y las mujeres nos miraron. La chica consultada nos llevó a parte y nos dijo: Aquí en la ciudad no…vayan a Campo Quijano…obviamente…así fue!