Crucé el Océano Atlántico por primera vez a los 41 años, nada de gran tour al final de la carrera, ni veranos en Ibiza, ni Curso de Francés en Paris. Salimos con mi amiga de pagar los tickets a Roma, como si nos hubiéramos ganado el premio mayor de la lotería, que digo, cómo si Argentina hubiera ganado el mundial, no tampoco… Cómo lo que era: nos subíamos a un vuelo de Alitalia y nos íbamos a conocer un poquito de Europa.
Por cuestiones de tarifas aéreas, como casi siempre que organizamos un viaje, (eso hacemos en este blog, buscarte las mejores opciones para que puedas cumplir tu sueño (https://viajandovivoblog.com/diseno-de-viaje s/ ), es casi el determinante que indica por qué ciudad entramos y por cuál salimos. Teniendo un plan trazado previo, de cuáles serían los lugares que no se negociaban y los que podíamos dejar para otra visita.
La idea era dedicarle a los lugares la mayor cantidad de tiempo posible, y si eso implicaba perderse algún otro punto, no importaba.
Así una primavera europea, nos recibía como puerta de ingreso al viejo continente, la bella ciudad de Roma.
Dato, me duermo como un bebé en los aviones, entonces llego con todas las pilas para arrancar en el instante que bajo del avión, jet lack? Ni se te ocurra, no hay tiempo que perder.
Roma, Roma… que se puede escribir de esta ciudad que ya no haya sido escrito por autores clásicos y modernos. Humildemente recuerdo que me sentí como en casa, ya la primera noche, en un hotel 2 estrellas de la zona de Termini. Cómo no quiero hacer papelones al compararme con magnos escritores describiendo a Roma, solo contaré una pequeña, ínfima, modesta experiencia que viví la primera noche allí.
Era tarde, de noche, nos hacían cosquillas los pies adentro del hotel, salimos sin rumbo fijo, oscura la noche, poca gente en la calle, ciudad desconocida sin gps (año 2011, no teníamos esos teléfono con googlemap). Caminamos mirando para arriba, para los lados, absorbiendo el espacio con hambre de ver, de sentir.
De repente en el silencio, oímos agua cayendo. Seguimos el sonido, doblamos una esquina, nos mirábamos con caras ansiosas, deambulando en la laberíntica ciudad eterna, y allí, iluminada, casi desierta, para nosotros la Fontana de Trevi. Todas las fotos que habíamos visto, todas las películas soñadas con la fontana de fondo, las canciones que la nombran, los libros que leímos, las materias donde las estudiamos, estaba ahí, sola para nosotros. Si había una señal de que la ciudad nos había dado la bienvenida, era clarísimo que era esa. Roma nos dio la bienvenida.
Demás está decir que lloré.
Al otro día regresamos, la vimos repleta de gente, nos hizo un guiño cómplice, habíamos tenido un íntimo encuentro la noche anterior.